10 de agosto de 2010

EL FRONTÓN, 18 Y 19 DE JUNIO, 1986

Julio Yovera Márquez, (Piura, 1936) sobreviviente.


“Un día antes me convocaron para que prepare los alimentos. Entonces ese día me tocó atender a los compañeros del Pabellón Azul, así le llamábamos, y sucede que me amanecí con otros, toda la noche preparando los alimentos. Al siguiente día debíamos preparar el desayuno y preparar el almuerzo que era un aguadito. Entonces sucede que a las seis de la mañana escuché un estruendo, ¿qué había sido? Habían tomado a los rehenes. Yo atendía en la cocina ese día, trajeron a los rehenes, algunos heridos, porque fue un choque con la policía, con la Guardia Republicana. Algunos necesitaban curaciones, ser atendidos. Les preparé panes con mermelada, me recomendaron que les haga un desayuno especial porque estaban con la presión baja. Entonces, todo el día yo los atendí en la comida. Pero a las once de la mañana el aguadito que había preparado ya se había fermentado. El rumor de algún campesino por allí fue que era una señal de mal agüero, que iba a pasar algo grave porque la comida se había avinagrado. Me indicaron que bote toda la comida, sacando las presas, lavarlas y freírlas para el almuerzo. Eran las once de la mañana o doce del día, y yo estaba abocado a esa tarea. Fue a las tres de la tarde más o menos que terminé. Había tensión por supuesto. Por la radio, Radioprogramas y no se qué otra radio, no recuerdo, informaban que en los otros penales también se habían amotinado, era un ambiente muy tenso. Veíamos que en el muelle desembarcaban cajones llenos de armamento. Un día anterior habían estado haciendo esto también, igual, pero ese día se vio mucho ajetreo en el muelle.

Cerca de las tres de la tarde llega la Comisión de Paz, que así la llamaban, con Cabieses a la cabeza. Vinieron para conversar con los internos. Pero como a los internos no se nos podía escuchar por la distancia, se pidió un megáfono desde el segundo piso. Entonces, la Comisión les dio un megáfono a los compañeros, y comenzaron a conversar. Les preguntaron a nombre de quién venían. Ellos dijeron que venían de su parte y no del Estado. Los compañeros les dijeron que si no venían de parte del Estado era difícil solucionar este problema. El representante de la Comisión preguntó porqué nos habíamos amotinado. Los compañeros les alcanzaron un documento, un pedido, con 25 o 26 puntos, uno de ellos era “no al traslado a Cantogrande”, una serie de pedidos. Como no tenían autoridad de Estado, simplemente se retiraron. Cuando ya se retiraba la Comisión, más o menos a la media hora, comenzaron a ingresar los marinos por la parte posterior del pabellón. El compañero que estaba de vigilancia informaba que entraron 30, 40, 50, 100, después perdió la cuenta, fueron aumentando, hasta 400, y después ya tuvo que esconderse porque todos estaban con fusiles. Más o menos 450 ingresaron. En la bahía, ya estaban las cañoneras en posición de ataque, y dos helicópteros artillados comenzaron a volar sobre el pabellón.



A las cinco de la tarde, más o menos, comenzó la primera balacera. Una balacera muy nutrida, de ablandamiento le llaman, ¿no? Pasó una hora, dos horas, un intervalo para cargar sus fusiles de municiones. A las 7 de la noche ya teníamos 15 muertos. Los primeros muertos los atendimos. Ya a medida que iban cayendo más compañeros, el partido dijo que cada uno se mantenga donde le corresponde. Así fue pues. A las once de la noche hubo otro intervalo. Toda la noche la pasamos en ese plan. Parte por parte iban demoliendo el pabellón, se iban cayendo las columnas, muchos eran aplastados. Desde los barcos disparaban sus cañonazos, sus morteros, sus bazucas, y desde el aire los helicópteros bombardeaban, más los 400 marinos que estaban en tierra.

Eso sucedió toda la noche. A veces hacian intervalos de media hora para reabastecerse de municiones, pero siguió hasta el siguiente día. En un momento de la noche, olía a gasolina. Un compañero me dice: “Nos van a incendiar”. Había un boquete cerca, saqué la mano con riesgo de que me acribillen, pero no era. Toda la noche fue como un eterno temblor porque no solamente había cañones y bazuca, sino dinamita, descargas de dinamita que remecían todo el edificio, y las paredes se caían. Eso pasamos toda la noche. A las cinco de la mañana ya éramos pocos los que estábamos vivos. Porque cuando abrían un boquete, aprovechaban para rematar con sus fusiles. Había que cubrir los boquetes, pero las balas nos alcanzaban. Estábamos replegados en la cocina, le llamamos “el ultimo reducto”. El compañero Augusto nos ordenó que hagamos un boquete porque el pasadizo estaba libre, ya no había escapatoria por otro lado, todo estaba bombardeado. Hicimos el boquete y por allí pasamos. Como a las cinco yo salgo, no me di cuenta del momento que salí, ¡estaba afuera!, podrían haberme matado, salíamos vivando al partido y la revolución, salíamos a morir. La balacera era incesante, intervalos de un cuarto de hora, pero volvían al ataque, era un estruendo enorme. Las bazucas y la dinamita me dejaron sordo, hasta ahora.

JULIO YOVERA, SU ESPOSA Y NIETA
El compañero Julián le dijo a otro compañero que les diga a los marinos que hagan alto al fuego porque íbamos a sacar a los heridos. Se produjo un silencio. Ellos hablaron por micro a su tropa. Que entreguen las armas primero, dijeron. Porque teníamos armas de tres repuchos. Julián dijo: “Qué nos den garantías para salir”. Entonces salimos. Los heridos se tiraban al suelo, y allí comenzaron a seleccionar. No cumplieron con su palabra. Tomaron a Julián, a David, como a cuatro compañeros más. Por eso cuando me preguntaron en la Fiscalía y en la Comisión de la Verdad si había habido proceso extrajudicial, yo les dije que sí. Por ejemplo, un compañero que estaba herido, pero que quiso ayudar a otro, lo llevaron y le metieron un balazo en la yugular en la parte de atrás. A todos los llevaron a la parte de atrás. Allí estaba Mantilla que había dicho “no quiero vivo a ninguno”.

Todos los que estábamos en el Pabellón Azul éramos inculpados, ninguno estaba sentenciado, muchos eran inocentes que no tenían nada que ver. Yo conversé con muchas personas que me decían “no sé porque estoy acá”, muchos fueron señalados, y dejaron su familia abandonada, muchos todavía hoy no se reponen de estos hechos. No vayamos a creer lo que dice la prensa, habían muchos inocentes, y otros no eran “terroristas” sino luchadores sociales, porque son políticos, de por medio está el poder. Era una guerra por el poder, por dirigir el país. Y en toda guerra revolucionaria hay muertos, y heridos. Pero ésta no fue una acción de guerra, sino un genocidio”.
“El pueblo tiene su forma de lucha, no va a pedir permiso a nadie para luchar, tiene su ideología y su partido, y éste tiene su ejército, que tiene que ver con acciones de guerra de guerrillas, y eso no es terrorismo. El terrorismo comete delitos comunes, mata por matar, liquida por liquidar, pero allí queda, no tiene una visión política, no tiene partido, lucra porque busca su beneficio personal, carece de una concepción del mundo como la tiene el partido. Este es el partido que fundó José Carlos Mariátegui. No son terroristas los revolucionarios. Esa acusación es una política imperialista para someter a los pueblos, para apartarlos de su camino y la revolución no triunfe”.

Selección: Enrique Torres