1 de mayo de 2012

EDITORIAL


En los años posteriores a la guerra interna, con la instalación del neoliberalismo, la bombarda cultural que más ha calado en el espíritu de muchos es el “exitismo”.

En la cultura del triunfador, puño cerrado y dedo pulgar en alto, todos queremos ser exitosos. Pero, como sabemos, la consumación de las metas está llena de avances y retrocesos, de victorias y reveses. En la reciente circunstancia de captura y detención de “Artemio”, el gobierno lució con gran alarde el acontecimiento, pero se necesita estar muy poco enterado para comprender que éste es apenas eslabón de un conjunto de sucesos cuyo líder más importante está detenido e incomunicado desde 1992. Él es quizá el preso político más aislado del mundo. Y hay una gran resistencia a escuchar sus opiniones al respecto. Nos referimos al Dr. Abimael Guzmán Reinoso. Y más recientemente, otra vez las voces victoriosas, con el propio conductor del gobierno a la cabeza, elevaron el triunfalismo a niveles siderales para expresar la recuperación de los trabajadores rehenes en el VRAE, sin condiciones y sin sangre derramada.

Pero la verdad se impone, y ahora resulta que la operación ha significado desapariciones, muertos y numerosos heridos, y sobre todo la sensación de que el problema de la insurrección armada sigue latente en el Perú. Es cierto que los intereses en juego, de partes que lucran con esta circunstancia, hacen que esta sensación se multiplique y no se quiera ver las verdaderas dimensiones de la realidad, es decir, la necesidad de resolver de manera política el complejo eco y repercusión que aún hasta estos años trae consigo el conflicto iniciado en los años 80 y que tuvo como protagonistas, de un lado al Partido Comunista del Perú y de otro al Estado peruano.

Esa necedad, esa terca necedad, sostenida hace muchos años por parte del Estado, es la verdadera responsable de los costos posteriores al fin del conflicto, porque no es con estrategias militares que pueden cerrarse las heridas evidentemente aún abiertas y que actualmente sólo sirven para justificar la pérdida de vidas valiosas, convertidas pronto en héroes gratuitos que nadie va a seguir, que nadie va a admirar, porque la evidencia palpable de la sociedad peruana es la necesidad de una pacificación que provenga de una auténtica reconciliación nacional. Y ello sólo es posible no quedándose en la adjetivación del contrario, sino yendo al fondo del problema,

No es con persecución o con omisión al oponente, no es con “inteligencia” militar, vale decir con soplonería y delación, que pueden resolverse los problemas sociales que agudizan la vida cotidiana de los peruanos, sino con una actitud política que permita reconocer quién es quién en el propósito de construir una nueva sociedad. A pesar de todas las dificultades y limitaciones, es en este propósito que se inscribe esta modesta publicación.







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