1 de noviembre de 2012

¿EN QUE MOMENTO SE JODIÓ LA TELE?



            Cuando yo estaba en la universidad empezaron a producirse series policiales peruanas, con episodios escritos por autores como Alonso Cueto y Mario Vargas Llosa; hasta donde yo recuerdo fueron éxitos, como lo fue La torre de Babel, el magazín cultural del mismo Vargas Llosa, y tres o cuatro programas de preguntas y respuestas: ¿en qué momento se jodió la tele?
            Según me parece, la tele peruana no se jodió porque la gente protestara contra la insólita arrogancia de quienes produjeron esos programas inteligentemente propuestos; la gente no salió a las calles a pedir basura; los peruanos no echaron sus televisores por la ventana, hastiados de que las cadenas se empeñaran en darles algo de cultura; los canales no bordearon la quiebra por su terca insistencia en mantener un cierto nivel de decoro en su programación.
            La televisión peruana, oh casualidad, se fue al diablo en el mismo periodo en que los dueños de los canales empezaron a venderse como boletos de tómbola a la mafia de Fujimori y Montesinos: en la época en que desde los conductores de talk shows como Laura Bozzo hasta los animadores de concursos como Raúl Romero, los periodistas de investigación como Nicolás Lúcar o Álamo Pérez Luna y hasta el hombre del tiempo, Abraham Levy, empezaron a hacer cola en las oficinas de Vladimiro Montesinos.
            En otras palabras, la idea de que la televisión en el Perú está natural y esencialmente obligada a la idiotez, la superficialidad, la chabacanería, la banalidad y la irreflexión no fue nunca una exigencia de los peruanos: fue una de las necesidades elementales en el proyecto de estupidización pública del fujimorismo, parte del mismo proyecto que dejó en el marasmo a nuestra educación escolar y en la semirruina a la universidad peruana y que convirtió a nuestra prensa escrita en una deplorable inmundicia.
            Y en algún momento los peruanos tendremos que decidir si vamos a permitir que sujetos como Fujimori y Montesinos y el resto de su mafia determinen el curso de nuestra vida cultural en el futuro, con las oscuras decisiones que tomaron años atrás. Por lo pronto les digo algo: que gente involucrada en nuestra esfera cultural, como Morella Petrozzi, caiga en la tentación de sugerir que la estupidización es inevitable, que la banalidad es el irremediable formato de nuestro futuro, es un síntoma atroz, un signo de que cada vez estamos más y más hundidos, más alegremente hundidos en nuestra propia mediocridad.
Gustavo Faverón. Lamula.pe
(Fragmento del texto “La caja y los bobos”

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