1 de marzo de 2013

EDITORIAL


No es la contradicción una tendencia social ni política, no tiene iniciales ni concluye en un evento desestabilizador. Es una ley de la naturaleza y se ajusta a todos los planos de la vida. Así en lo material como en los fenómenos de la sociedad. Nos compete como comunicadores poner en evidencia las contradicciones que gravitan en torno a nuestro desarrollo, en todos los aspectos. No negamos una posición al respecto, pero no es el tema cuando se trata del resumen activo, vivo, de una memoria colectiva.
Y tampoco es uniforme el movimiento que se le opone. Nuestra tan balbuceante burguesía ha descubierto que tiene el mando del país sin opositores organizados, audaces en sus propuestas de cambio y transformación: los partidos burgueses desaparecieron, al calorcillo de la herencia, se desintegraron, y los de izquierda se apartaron de las masas. Por ello la persecución política en torno a las ideas, principalmente aquellas que proponen un tratamiento científico, político, transformador de la realidad.
Pero éste también es un telón para ocultar el temor al debate, a la lucha por sostener una alta argumentación. Estos son los tiempos que demandan que el trigo se separe por fin de la paja, y los sectores democráticos de la sociedad peruana aún consientes de su papel abran paso a una mirada crítica y autocrítica sobre los acontecimientos todavía irresueltos de la historia reciente. Los sucesos de corrupción divulgados en estos días por parte de las fuerzas armadas en temas de logística antisubversiva ponen en relieve la existencia de un parapeto contra todo lo que signifique mirar frontalmente no sólo el tema de la reconciliación nacional sino también aquellos que demanda la constitución respecto a los derechos fundamentales en general.
En tal dispersión, pareciera que la inercia, el desasosiego, o la teoría del “piloto automático” se impone cuando se carece de iniciativa, cuando preferimos amoldarnos a las circunstancias y evitar las contradicciones porque alguna instancia superior así lo establece y contra ella mejor es guardar silencio para no “quemarse”, para mantenerse en
ese limbo que no es ni frio ni caliente.
Mientras tanto, las masas que nunca han exigido más que lo justo, lo necesario, aquello que les permita su cabal protagonismo, continúan en su brega, esperando quién las guie en sus luchas y les dé el rumbo correcto. Para ellas, esta absurda disyuntiva en la que son desafiados los limeños, entre revocadores y no revocadores, también carece de fundamento y en su práctica cotidiana va elevando su conciencia transformadora y la necesidad de gestar la unidad que al parecer ni la llamada izquierda ni la dizque verdadera izquierda quieren ver.






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